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San Sebastián De patrón contra la peste a icono erótico

 Por Juan Jesús Montiel Rozas 2º Grado Historia del Arte
Entre todos los mártires que dieron su vida por el cristianismo, tal vez la imagen de San Sebastián sea una de las más interesantes, no tanto por su historia como por su desarrollo iconográfico a lo largo de los siglos.

Santiago de la Vorágine nos cuenta en su “Leyenda Aurea” que éste fue un mártir que vivió en el siglo III d.C. durante los tiempos de Diocleciano. Al saberse que era cristiano fue condenado a ser asaetado en el Campo de Marte. Sus verdugos al pensar que había muerto abandonaron su cuerpo allí. Sin embargo, no fue así. Gracias a los cuidados de una viuda llamada Irene consiguió recuperarse. Tras esto volvió a enfrentarse al emperador con una nueva confesión de Fe y, nuevamente, fue sentenciado morir, aunque en este caso le golpearon con garrotes hasta la muerte. Su cuerpo fue arrojado a la Cloaca Máxima pero fue recuperado por Santa Lucila, a la que se le apareció revelándole el sitio donde se encontraban sus restos.

Es patrón contra la peste, lo cual se debe a que según una antigua creencia el pueblo representaba dicha enfermedad como una lluvia de flechas. Esto le granjeará una gran popularidad durante la Edad Media, especialmente entre los siglos VI y VIII, siglos en los que se producirán las peores epidemias de peste por toda Europa. Por esto mismamente se realizaron una gran cantidad de construcciones votivas en honor a este santo, siendo especialmente relevante el altar dedicado a San Sebastián en la Iglesia de San Pedro Advíncula en Roma ya que, según la leyenda, tras realizarse dicho altar, el brote cesó. Este hecho se extenderá por toda Europa y se realizarán construcciones para dicha función. Como dato anecdótico es interesante comentar que la población de Fiñana (Almería) nombró a San Sebastián su patrón a finales del XVI al hacerle dicha promesa si el santo les liberaba de la enfermedad.
 
En cuanto a su representación, no siempre se representó como popularmente se le conoce: semidesnudo y atado a un árbol atravesado por flechas, sino que en las primeras representaciones que encontramos de él. Así, en el siglo VII en el mosaico dedicado a él en la iglesia de San Pedro Advíncula en Roma, aparece como una persona de edad avanzada con la barba y el pelo blancos y vestido con una túnica sosteniendo en la mano derecha una corona. Aunque no existe un consenso sobre cuando aparece el nuevo tipo iconográfico, si es verdad que ya en la propia Edad Media se representa semidesnudo y asaetado. Conforme avance el tiempo se representará con menos flechas dando lugar a la representación del desnudo de un hermoso y atractivo joven. Así, se reduce la carga dramática que se deriva de la presencia de las flechas atravesando el cuerpo del mártir, pero a su vez se eleva la erótica al poder tener un campo más amplio para representar la desnudez.

La representación del desnudo masculino era algo muy criticado en la sociedad del Renacimiento debido a la opinión de la Iglesia al respecto. Así, como bien es sabido, la imagen de San Sebastián, junto con la de Jesucristo, será la excusa perfecta para representar el desnudo masculino al estar dicha desnudez justificada ya que lo que se representa es un tema religioso.  Se le ha llegado a considerar el Apolo cristiano debido a su gran belleza y a los casos en los que se representa con rasgos delicados, casi femeninos. En la segunda mitad del siglo XV este será uno de los temas predilectos. Esto se debe también a que los artistas jugaban con la ambigüedad provocada por los gestos de dolor y placer: el mártir muere violentamente por amor a Jesucristo pero a su vez también entra en un estado de éxtasis al entrar en unión mística con lo divino. Así, se confunde lo violento con lo sensual y erótico. Esto último provocará que algunos monjes lleguen a escandalizarse por ver tantos desnudos en los templos y que, según se decía, provocaba que los fieles tuvieran pensamientos impuros al respecto. Tras la Contrarreforma se desterrarán los desnudos de las iglesias y San Roque sustituirá a San Sebastián como patrón contra la peste al representarse viejo, con barba y completamente vestido.

De esta etapa es de la que más representaciones tendremos con artistas tan diversos como Sandro Botticelli, Andre Mantegna, Guido Reni, Gian Antonio Bazzi, conocido como “Il Sodoma” y cuyo San Sebastian fue tan polémico que hubo de ser retirado de la capilla en la que se encontraba porque se decía que los fieles iban más a ver su cuadro que a rezar, Tintoretto, el Greco…
Sin embargo, encontraremos representaciones también muy numerosas en los siglos venideros de mano de Gustave Moreau, Giovanni Lorenzo Bernini...
La imagen de San Sebastián será una de las representaciones más populares ligadas al homoerotismo debido a la combinación de su físico y su mirada extasiada por el dolor. Así, en el XIX pasará a ser icono gay debido a que en el siglo XIX el SIDA, enfermedad desconocida en la época, se extendió como una epidemia por la comunidad gay de modo análogo a como sucedió con la peste durante la Edad Media y Moderna. Así, Richard A. Kaye escribió:

 "Los hombres gays contemporáneos han visto inmediatamente en Sebastián un anuncio conmovedor del deseo homosexual (de hecho, un ideal homoerótico) y un retrato prototípico de un caso en el armario torturado."

El crítico belga George Eekhond (1854-1927) será el primero en estudiar la relación entre este mártir y el homoerotismo llegando a decir:
 El guiño erótico a las flechas que lo penetran, su cabeza echada hacia atrás, su boca entreabierta –mezcla de gemido de dolor y placer–, su mirada hacia el cielo, tentadora, como invitando a probar el hilito de sangre que desde la ingle recorre su pierna. Todo traduce la imagen de un hombre embriagado en el placer de su martirio”.

En el arte contemporáneo también se explotará la faceta erótica de San Sebastián como por ejemplo nos muestran las fotografías de David Vance y Pierre et Gilles. Resulta interesante destacar el caso de la influencia que tiene sobre la fotografía de San Sebastián realizada por Kishin Shinoyana (1966) el cuadro del mismo título de Guido Reni (1615-1616) siendo la fotografía prácticamente una copia en blanco y negro de dicho cuadro.
San Sebastian por Guido Reni


La imagen de San Sebastián tendrá cabida en las diversas artes. Así, el compositor francés Claude Debussy crea una pieza musical para “El martirio de San Sebastián” (1911), obra teatral realizada en verso por el italiano Gabriele D´annunzio. En el cine, el director inglés Derek Jarman realizará una película contando la historia del centurión romano llamada “Sebastiane” (1976) en la que se pueden observar algunas escenas con toques homo-eróticos y además observamos un cameo en la película “Carrie” (1976), en la que la madre guarda en el armario una estatua de san Sebastián y finalmente ella misma muere atravesada por los cuchillos. El propio Federico García Lorca escribirá del cuadro de Mantegna de 1480:
“Convengamos que una de las posturas más bellas del hombre es aquélla de San Sebastián.”.
El conocido dramaturgo estadounidense Tennessee Williams (1911-1983) dedicará este poema al San Sebastián de Gian Antonio Bazzi, apodado Il Sodoma:

"San Sebastiano de Sodoma"

How did Saint Sebastian die?
Arrows piereced his throat and thigh
which only knew, before that time,
the dolors of a concubine.
Near above him, hardly over,
hovered hid gold martyr's crown.
Even Mary from Her tower
of heaven leaned a little down
and as She leaned, She raised a corner
of a cloud through which to spy.
Sweetly troubled Mary murmured
as She watched the arrows fly.
And as the cup that was profaned
gave up its sweet, intemperate wine,
all the golden bells of heaven
praised an emperor's concubine.
Mary, leaning from her tower
of heaven, dropped a tiny flower
but, privately, she must have wondered
if it were indeed wise to
let this boy in Paradise?


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Chernobyl, veinticinco años más tarde
Hace ya algo más de medio siglo sucedió en Ucrania el accidente nuclear más grave de los que se recuerda hasta el momento. Menos de un año después de la desgracia sufrida en Fukushima, y con una de las economías más fuertes del euro, como es el caso de Alemania, que ha renunciado a la utilización de la energía nuclear, es necesario mirar hacia Chernobyl. Saber qué fue lo que ocussiró aquella noche del 26 de abril del año 1986, cómo se actuó por parte de las autoridades soviéticas y, especialmente, cuáles fueron sus posibles consecuencias. Aquí intentamos desvelar algunas de sus claves. 
Por Gema Rayo Muñoz 

La noche se cierne sobre Ucrania
Al norte de Ucrania, en su frontera con Bielorrusia, se encontraba la pujante y moderna central nuclear de Chernobyl, la más importante de su época y el principal centro energético de toda la Unión Soviética. Contaba con varios reactores independientes entre sí. El último en ser diseñado y puesto en funcionamiento era el reactor número cuatro, que había sido inaugurado tres años antes y que aún no había pasado las pruebas de seguridad. Se decide que esas pruebas tengan lugar el 26 de abril de aquel año de 1986 por la mañana, pero un imprevisto de última hora acaba aplazándolas hasta medianoche, cuando la central disponía de la mitad del personal. Desde la sala de control del reactor comienza la prueba. Pronto surgen dificultades y los ingenieros discuten sobre qué hacer sin ponerse de acuerdo. El protocolo a seguir no es nada claro, y tras cada paso y tras cada botón que se acciona empeora aún más la situación, aunque ellos no son conscientes del peligro. En un país que enseñaba a sus ingenieros que conducir un autobús era menos peligroso que controlar una central, y en el que lo nuclear se ve como un “Átomo pacífico”, era común que hubiese numerosos fallos en la seguridad. Y eso tendrá esta vez un efecto fatal.
A la 1:23 de produce la explosión. El techo de hormigón que formaba la cubierta de seguridad del reactor acaba de volar por los aires y el núcleo ha reventado, expulsando a la atmósfera toneladas de combustible nuclear, grafito y escombros. El circuito eléctrico se ha cortado y toda la central ha quedado en la más absoluta penumbra. Las grandes llamas se ven desde los alrededores, y los primeros que se dirigen hacia Chernobyl son los bomberos, que acuden sin mascarillas ni ningún tipo de traje especial. Estos bomberos llegan a soportar unos altísimos niveles de radiactividad, que les llevará a morir semanas y meses más tarde.

Los primeros días: una tragedia que se oculta
Al siguiente día parece que nada haya sucedido en Chernobyl. A seis kilómetros de la central se encuentra la moderna ciudad de Prypiat, creada por los soviéticos para albergar allí a los trabajadores de la planta y a sus familias. Un fuerte sol de primavera invita a muchos a sentarse y tumbarse sobre la hierba, desconocedores de que el viento transporta hasta sus cuerpos y ropas esconde la invisible sombra de la radiactividad. Ese mismo día el fotógrafo Igor Kostin sobrevuela en un helicóptero el cielo de la central, y logra tomar unas cuantas instantáneas. Minutos después de bajarse del aparato, el helicóptero cae sobre los propios escombros de la central, provocándoles la muerte a todos sus ocupantes. Igor Kostin logra llegar hasta su estudio y al revelar las fotos se da cuenta de que las recubre una cinta negra provocada por la radioactividad, algo que él en su vida jamás había visto. De todas las fotos que sacó aquel día sólo se salvará y una, y esa será la que dé la vuelta al mundo e informe de la magnitud del accidente.
Igor Kostin, la única foto tomada el día después del accidente

En una de las grabaciones obtenidas aquella mañana del 26 de abril por la KGB se puede ver a dos soldados que portan unas máscaras, y a un ciudadano que se les acerca para saber por qué las llevan. “Un simple entrenamiento”, le contestan mientras aceleran el paso. Y así, sin saber qué sucede, la población soviética permanece sitiada por el más absoluto de los desconocimientos. Mientras, al otro lado del Telón de Acero el mundo capitalista pregunta a la URSS qué está sucediendo en Chernobyl, cuando en algunos países como Suecia los niveles de radiación se han disparado. Las voces comunistas callan.
El 28 de abril una de las presentadoras del telediario leerá este escueto comunicado oficial: "ha ocurrido un accidente en la central de energía de Chernóbil y uno de los reactores resultó dañado. Están tomándose medidas para eliminar las consecuencias del accidente. Se está asistiendo a las personas afectadas. Se ha designado una comisión del gobierno”. Al día siguiente de pronunciarse esta información al fin se actúa, ordenándose que la población situada en las zonas limítrofes de la central abandone sus casas. Además, se decreta la construcción de un gran sarcófago que proteja lo que queda del reactor número 4 y que impida que los materiales radiactivos sigan pasando a la atmósfera. Para llevar a cabo su construcción el gobierno soviético llama a más de medio millón de campesinos, de soldados retirados o reclutas que debían hacer el servicio militar y que prefirieron ir a Chernobyl antes que luchar en las trincheras de Afganistán. Ellos serán a partir de entonces conocidos con el nombre de “Liquidadores”. Su misión era subir hasta el tejado del reactor dañado y dedicarse a las tareas de desescombro y edificación de una “cápsula” de cemento que aún hoy permanece en pie. Del recuerdo de aquellos hombres que sacrificaron su vida resta poco. Apenas algún monumento descuidado, ajado, que poca gente sabe dónde se encuentra.  Tal y como comentaba en una entrevista hablando sobre los Liquidadores, el ex coronel de los servicios españoles Fernando San Agustín decía sobre ellos: “Prácticamente llevaban un mono blanco como el que llevan aquí para fumigar el trigo. Pobre gente…Y lo sabían ¿eh?, todos lo sabían. Que iban allí a freírse, a desaparecer. No se puede llamar a engaño”. Y así era. Muchos de ellos estaban al tanto de que probablemente morirían, y por ello su sacrificio adopta a veces unos tintes épicos. Sin su encomiable labor ahora mismo una gran parte de Europa permanecería inhabitada. 

Hasta el 14 de mayo no comparecerá el entonces presidente de la república Mijaíl Gorbachov. La tardanza a la hora de crear un plan de evacuación junto a las consecuencias de la propia catástrofe tendría unas importantes consecuencias políticas. Tal y como escribía el propio Gorbachov en un artículo publicado en el año 2006 por El País: “El accidente nuclear en Chernóbyl fue tal vez -incluso más que la perestroika iniciada por mi gobierno- la verdadera causa del colapso de la Unión Soviética”.

Chernobyl y Fukushima, dos caras de una misma moneda
Cuando acudimos a mirar las cifras del accidente hay tal baile de números que nos desconcierta. Yendo a los archivos oficiales vemos que el número de muertos apenas supera el medio centenar, mientras que organizaciones extragubernamentales nos indican que en estos 25 años ha habido… ¡unas 200.000 muertes como consecuencia del accidente! A lo que les suman casos de cánceres y de malformaciones en recién nacidos. Así pues, analizar cuáles fueron las consecuencias reales es verdaderamente difícil, y mucho nos tememos que hasta dentro de unas décadas no se sepa realmente hasta qué punto afectó. Ahora mismo, lo que sí conocemos es cuál es el aspecto de la desolación. Caminando por las calles de Pripyat sus calles permanecen desiertas, inhabitadas, socavadas por las runas de un tiempo que en nuestro mundo ya marchó y forma parte del pasado; pero que allí se detuvo. Su noria chirría cada noche al ser movida por el viento. Carteles del 1 de mayo y posters de Lenin inundan los edificios en un confín en el que el Muro de Berlín  jamás cayó. Y así permanecerá esta Ciudad Fantasma durante 24.000 años, el tiempo que transcurrirá hasta que la radiación se marcha y pueda volver a ser habitada de nuevo. Y mientras, entre sus avenidas y bulevares se oirán lágrimas historiadas que contendrán dramas como los de Liudmila Ignatenko, mujer de uno de los bomberos que acudieron la primera noche a la central. Recién casados, esperaban el nacimiento de su primera hija. Cuando su marido ingresó en el hospital y ella fue hacia allí lo encontró “inflado, hinchado, casi no tenía ojos”. Él le dijo “vete, vete de aquí, esperas un niño. Vete”. Pero ella no le hizo caso. Estuvo sin separarse de su cama durante la lenta y prolongada agonía que preludió su muerte aquel mes de mayo. A los pocos meses nació su hija. Se la entregó el mismo médico que poco tiempo antes había atendido a su marido. A las 4 horas su hija falleció; no pudo soportar la radiactividad que había recibido en el vientre de su madre. “La enterré yo sola, junto a su padre. Se llama Natasha, pero ni siquiera hay un nombre en su tumba. Allí enterré su alma: el alma de una hija de Chernobyl”.
Hace unos cuantos meses escuchábamos a los expertos en los telediarios afirmar que “Fukushima no es Chernobyl”. Ahora, ni tan siquiera sabemos si es verdad lo que decían porque Fukushima dejó de ser noticia. Pasó el morbo y el sensacionalismo, y ahora sólo se le dedica de vez en cuando unos pocos segundos. Y así continuará. Probablemente ya haya “hijos de Fukushima”, pero el ser humano seguirá obcecado en seguir utilizando la energía nuclear. Continuará sin aprender que repetimos una y otra vez la misma Historia, y seguiremos enarbolando la bandera del Prometeo que trata de controlar el fuego para que no se le escape de las manos. Lo que sucede es que ese fuego a veces se le escapa, y cuando es así quema; y hace mucho daño.